sábado, 19 de febrero de 2011

Teatro Colón 2010: balance de una reapertura (Parte II)

© Mauricio Rinaldi

A partir de la promulgación de la ley de Autarquía del Teatro Colón, un número que ha ocupado obsesivamente las mentes de diversos funcionarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se ha erigido como un espectro amenazante sobre el personal del teatro: 808. En efecto, este número indica la cantidad total de personas con las que se pretende hacer funcionar el Teatro Colón. El debate no es nuevo sino que ha tenido diferentes formulaciones en otros gobiernos y direcciones anteriores a los actuales, pero el problema que siempre se suscita es el del dimensionamiento (o sobredimensionamiento o subdimensionamiento) del Colón. ¿Cuánta gente hace falta para que funcione bien? En general, las respuestas han arrojado sólo un número de empleados, a veces más alto, a veces más bajo. Pero, una respuesta seria en este sentido sólo puede darse a partir de la propuesta de un modelo de teatro, lo cual implica pensar en modos de producción y en planes de gestión a largo plazo. Son varios los aspectos a considerar.

Para producir ocho o nueve títulos de ópera que sólo se representarán cuatro o cinco veces, tres o cuatro títulos de ballet con la misma cantidad de representaciones y veinte conciertos sinfónicos cada uno con una representación (que es lo que el Colón ofreció en sus últimos años hasta el 2006), ¿cuántas personas hacen falta?, ¿cómo medir esta cantidad en una actividad cuyos ritmos de producción son fluctuantes? Como sabemos, la producción una ópera o de un ballet tiene condiciones que pueden ser diferentes de un título a otro; no es igual la producción del Fausto que la de La Medium, tanto en términos artísticos como escenotécnicos. Así, en un esquema muy simplificado, la cantidad de personal necesario para hacer funcionar un teatro como el Colón, podría determinarse mediante la elección de títulos que impliquen una cantidad determninada. Como vemos, esto es contrario a la lógica de la programación de una temporada; no se pueden elegir títulos sobre la única base de la cantidad de personal disponible (al menos, este no puede ser el criterio adoptado por un teatro como el Colón).

Otro aspecto del problema es el modo de producción. El Teatro Colón ha sido desde la década de 1930 un teatro de autoproducción, con cuerpos artísticos, secciones escenotécnicas y administrativas estables, y con talleres propios. Y lo ha sido hasta su cierre en 2006 con períodos de alta calidad en sus producciones (y, también, con evidente decadencia en los últimos años). Hoy, las actuales autoridades apuntan a transformar el Colón en un teatro de alquiler con mínima producción propia. Esto es algo que fácilmente puede deducirse de las obras de remodelación edilicia: la configuración de los espacios es la manifestación de un tipo de ordenamiento social.

Estos breves comentarios no alcanzan a dar respuestas a los interrogantes planteados; sólo quieren exponer algunas líneas de razonamiento sobre la gestión de un teatro de ópera. Sin embargo, hay aspectos de la temporada de reinauguración 2010 del Teatro Colón que son cuestionables respecto de la gestión, pero que se resumen en una sola actitud: la falta de comunicación entre el personal y la dirección del teatro. Al hablar con mis colegas de trabajo, no son pocos los que expresan que tal vez estarían mejor si se los trasladase a otro ámbito del Gobierno de la Ciudad, o que estarían dispuestos a jubilarse aquellos que ya están en condiciones de hacerlo. No sé si 808 es mucho o poco (por qué no 1.300 o 600); no sé si es mejor la autoproducción o el alquiler. Por ello, no se comprende por qué la dirección del teatro no establece conversaciones con el personal, ya que de ese modo naturalmente se obtendría una reducción de personal. Pero no; los métodos han sido inhumanamente administrativos: se han cursado intimaciones de “invitación” a jubilarse a poco de reabrirse el teatro, se han sancionado a diversos empleados por diversos motivos, los más subrayados, de tipo gremial. A esto debemos agregar la contradictoria situación de la reducción de personal de portería junto con la contratación de un servicio privado de personal de vigilancia que no sólo está en la entrada del teatro, sino que también se lo encuentra por los pasillos internos. Si la idea es reducir personal para reducir costos, ¿por qué se contrata a esta gente? La misma situación se observa con el personal de limpieza. Pero, retomando la línea, el discurso oficial habla de un pequeño grupo de revoltosos que impide el normal funcionamiento del Colón. El debate sería largo para una buena comprensión de esta situación. Lamentablemente, los hechos han llevado a un paro por tiempo indeterminado anunciado a fines de noviembre último, siendo la respuesta de la dirección la cancelación de lo poco que restaba de la temporada. A partir de allí, una gran parte del público y de la opinión pública adoptó una actitud de rechazo frente al personal del teatro. Es comprensible, y creo que deberíamos evaluar con suma prudencia este tipo de acciones. Pero también quisiera invitar al público a reflexionar sobre lo siguiente: cuando en 6 meses no se han podido instrumentar instancias de diálogo, ¿la responsabilidad es sólo del personal?; ¿cómo evalúa el público y la opinión pública la gestión de las autoridades?

Creo que el mal estado del Colón hoy es responsabilidad compartida; todos somos el Colón: la dirección (que debe administrar correctamente los recursos humanos, financieros y patrimoniales del teatro), el personal (que debe responder a las exigencias de la temporada, sin por ello descuidar sus derechos) y el público (que con sus impuestos sostiene el edificio, el personal y la dirección del Teatro Colón). Lamentablemente, no veo que estén dadas las condiciones para un debate serio y profundo. Sólo espero que el 2011 sea un año en el que Colón pueda salir adelante.

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