Tomo un pincel para pintar con tinta china y evalúo su calidad y su precio. Lo devuelvo a su canasto y miro otros elementos para hacer pintura sumi-é en un local que vende estos artículos. En frente, mi esposa se interesa por unos kimonos y sus diversos accesorios en otro local. Luego nos reunimos en el centro de la calle y continuamos caminando curioseando los infinitos negocios que se suceden a un lado y a otro de una calle peatonal techada de 3 km de Ōsaka. Es la Tenjinbashisuji Shoping Arcade, la más extensa de su tipo en Japón. Se trata de calles comerciales donde los vecinos acuden para realizar sus compras diarias y son comunes en las ciudades japonesas. Toda la vida cotidiana se condensa bajo estos techos que protegen de las incomodidades climáticas. El techado de estas calles comerciales filtra la luz del día tamizándola en una envolvente difusa. Allí se encuentra todo lo imaginable: hay bares y supermercados, vendedores de fruta y carne, farmacias y perfumerías, electrónica y ferretería, ropa y mercería, etc.
Esta galería termina en una avenida con edificios modernos en el área de Umeda de la ciudad de Ōsaka. Ni bien salimos de esta galería entramos en uno de esos edificios y subimos hasta el octavo piso en donde se encuentra el Museo de la Vida Cotidiana de Ōsaka (Ōsaka Museum of Housing and Living). Luego de comprar los tickets de entrada recorremos dos halls de recepción que explican el modo de vida en esta ciudad en el siglo XIX. A continuación subimos por una escalera mecánica y entramos en un salón inmenso donde se ha reproducido un barrio de esa época. Al avanzar por las dos calles que organizan esta mini urbanización podemos ver negocios de comida, talleres de artesanos como encuadernador de libros y costurera de kimonos, así como viviendas tradicionales. Podemos entrar en estas casas que están ambientadas con los objetos correspondientes a cada caso. Algunos visitantes se visten con trajes tradicionales (kimonos, yukatas, haoris, etc.) que allí se alquilan, y se transforman en involuntarios figurantes que contribuyen a ambientar esta escenificación.
Pero lo más interesante es que este espacio está cubierto por un techo curvo en media caña totalmente pintado de blanco. Desde los costados del salón diversas luminarias de LED inundan de luz esta bóveda, constituyendo todo el conjunto un sistema de iluminación indirecta y difusa, al modo de la cúpula Fortuny. Mientras visitamos estas casas entrando y saliendo de ellas y recorremos estas dos calles, la iluminación se modifica lentamente para simular el paso de la luz diurna a una situación nocturna. La claridad del blanco frío se transforma así en una penumbra de azul profundo matizada por puntos de luz cálida provenientes del interior de las casas y de farolitos en las calles. Luego, la iluminación cambia retornando al día en un ciclo que se repite cada treinta minutos. Una pista sonora completa la ambientación con voces y sonidos de la vida diaria.
Al terminar la visita el ascensor nos devuelve a la planta baja y nuevamente estamos en el extremo de la calle techada, donde la tarde ha avanzado y la luz del sol ha cambiado. Las diferencias entre la vida moderna y la tradición del siglo XIX se hacen notorias, pero al mismo tiempo algo las identifica: el ritmo de lo cotidiano bajo la luz.
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