Piano optofónico
Este trabajo
ha sido presentado en el Primer Congreso Nacional de Escenografía, Universidad
Nacional del Centro, Argentina, 2013. Publicado en la revista EscenaUno, Universidad
Nacional del Centro, N° 1, junio de 2014.
Con
respecto a la visualización de los sonidos, el músico Alexander Scriabin
(Moscú, 1872 – San Petersburgo, 1915) concibió la relación sonido-color como un
único cuerpo expresivo al que podían asociarse la poesía y la danza. En este
sentido, su objetivo se orientó a establecer la relación entre el sonido, el
color y el sentimiento (por ejemplo, Do = rojo = voluntad). Esta concepción se
materializó en su obra Prometeo,
estrenada en Moscú en 1911 en una sala totalmente blanca con cúpula donde
artistas y público ocupaban el mismo espacio para conseguir la integración
visual y espacial al proyectar color-luz sobre las superficies (idea opuesta a
la de Wagner). Para las proyecciones se valió de los órganos de colores,
primero el del ruso Alexander Mozer y luego el del inglés Wallace Rimington
citado anteriormente, en ambos casos con resultados mediocres. Posteriormente,
en 1915, la obra se representó en New York.
Otro
músico, Arnold Schönberg (Viena, 1874 – Los Ángeles, 1951), concibió la idea de
“hacer música con los medios de la escena”. En 1913 escribió la ópera La mano feliz con indicaciones de
movimientos, escenas y luces de color en relación con el sonido. Al igual que
Scriabin, Schönberg intentó relaciones entre los colores y los sentimientos
(por ejemplo, negro = muerte, amarillo = día, azul = felicidad, verde = destrucción).
Sin embargo, negó que pudiera haber equivalencias literales entre el sonido y
el color a favor de “relaciones de fondo”, concepto que apunta a establecer las
relaciones entre el todo y las partes consideradas en términos de contraste
simultáneo.
Desde el
puto de vista técnico, hubo propuestas que derivaron en el desarrollo de
diferentes dispositivos que manipulaban la luz inspirados en la estructura de
instrumentos musicales, especialmente los de teclado. Así, Carol Bérnard,
músico francés cercano al futurismo, inventó en 1892 el fotocromógrafo a partir de la refracción de la luz en un prisma
accionado por pedalera. Por su parte, el compositor y pianista húngaro
Alexander László (Budapest, 1895 – Los Ángeles, 1970), relacionado con la
Bauhaus, creó en 1925 el piano visual al que llamó sonchromatoskop con su propio sistema de notación
(sonchromographie).
También Vladimir Beranoff-Rossiné, al igual que Schönberg,
estudió la estructura de las relaciones entre el color y el sonido ya que no
creía en una traducción directa de los sonidos a los colores. En este sentido,
entre la luz y el sonido hay acordes ligados a las propias estructuras del
sonido y la luz. Creó el piano optofónico,
mucho más complejo que sus antecesores del siglo XIX, con el cual podía obtener
infinidad de colores combinados con diferentes formas concretas. Por último,
mencionaremos a Ludwig Hirshfeld-Mack, quien trabajó en la Bauhaus entre 1921 y
1925, creando una máquina para microespectáculos visuales. Se trataba de una
gran caja en uno de cuyos lados había tensado una pantalla sobre la cual
proyectaba sombras de figuras producidas mediante fuentes luminosas ubicadas en
la parte posterior de la caja, las cuales podían moverse por operadores. El
movimiento de las fuentes de luz, que tenían diferentes colores, producía la
transformación de las sombras, tanto en sus formas como en sus colores. Se
trata ya de una propuesta de alto valor formal que implica la idea de una
disciplina autónoma respecto de la luz.