© Vilma Santillán (texto)
Al igual que la pólvora, el barrilete y
el papel moneda, el teatro negro nació en China. Cuenta la leyenda que
el emperador de la casa Ming llamado Wang-Pang perdió a su único hijo y
heredero, Liang. Wang-Pang no se resignó y convocó al mago de la corte,
Mang-ti, quien prometió a su señor traer a su hijo nuevamente a la vida. Para
hacer esto, el mago utilizó la magia de la luz negra. Así, cada vez que el
emperador deseaba ver a su hijo, hombres vestidos de negro en condiciones de
penumbra, para hacerlos invisibles a simple vista, movían el cuerpo de Liang
para traerlo aparentemente a la vida. El emperador vivió feliz hasta el final
de sus días, ya que podía otra vez conversar con su hijo.
Más allá de la leyenda, es probable que
el nacimiento del teatro negro en la antigua China derivara de espectáculos de
sombras y siluetas sobre pantallas de paño blanco. Ya a finales del siglo XVI
estas técnicas habían llegado a Japón y habían sido usadas por el titiritero
japonés Uemura Bunrakuke, creador del teatro denominado Bunraku. En esa
época, en los espectáculos de Bunraku hombres vestidos de negro manipulaban una
marioneta de cerca de 1.5m de alto, moviendo las piernas y los brazos de ésta.
En Occidente, hasta el siglo XIX no se
utilizó la técnica del teatro negro. En 1885, el actor y director de escena
muniqués Max Auzinger descubrió el truco del gabinete negro y lo utilizó en su
espectáculo de magia “Milagros indios y egipcios". Posteriormente, en los
comienzos del cine varios pioneros de este arte utilizaron la técnica del
teatro negro en sus obras.
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