lunes, 28 de junio de 2010

Se escucha muy bien… pero se ve muy mal


© Mauricio Rinaldi (texto) – Jan Vermeer: Mujer con su sirvienta (detalle), óleo sobre tela, 1667-68 ca.

El pasado sábado 26 de junio asistí al teatro Roma, en Avellaneda (localidad al sur de la ciudad de Buenos Aires), para presenciar Los Pescadores de perlas, la magnífica ópera de Georges Bizet. Aunque he estudiado algo de música y la he escuchado asiduamente por gusto natural, no soy un profesional en el área, de modo que no puedo emitir opiniones demasiado fundamentadas; sin embargo, creo no equivocarme al afirmar que la función fue de un excelente nivel musical, con un muy buen elenco solista, una orquesta con buena sonoridad y bien dirigida, un buen cuerpo de ballet y un coro un poco menos afortunado.

Lamentablemente, la suerte de la puesta en escena no fue la misma que la de la musical, especialmente en lo referido a la iluminación. Ya desde el inicio se observaron algunas oscilaciones de la luz, pero esto no es criticable. Conozco el teatro Roma ya que he tenido oportunidad de trabajar allí en tres oportunidades, por lo que puedo dar cuenta de sus problemas: presupuesto casi inexistente, falta de mantenimiento y actualización escenotécnica y, sobre todo, un escaso personal luminotécnico sin la necesaria capacitación. Todo ello hace muy difícil trabajar en una producción. Por ello, aquellas iniciales oscilaciones lumínicas podrían haber sido causadas por el defectuoso funcionamiento de los dimmers. Sin embargo, hay aspectos que ni un principiante dejaría pasar. Sólo para dar algunos ejemplos: la falta de una pata poco antes del fondo blanco que permitía ver cantantes y técnicos pasando por detrás del fondo, unos practicables blancos que podrían haber sido pintados con un gris para no resultar tan visualmente evidentes y superponerse a los cantantes, y otras desprolijidades escenográficas. En cuanto a la iluminación, se observó un desbalance de intensidades en muchas escenas, quedando el coro con mayor nivel de luz que los solistas. A su vez, los solistas carecían de iluminación frontal, lo cual no es un error conceptual si la imagen está bien balanceada, pero éste no fue el caso, por lo que los solistas quedaban a oscuras. El fondo blanco no presentaba una iluminación uniforme y no estaba iluminado con las luminarias adecuadas para tal fin. Sobre este fondo, además, se proyectaba la sombra del bambalinón de boca debido a la anémica luz frontal, produciendo una partición horizontal del plano. Especialmente curioso me resultó ver que el traje azul de una bailarina se veía negro por la luz amarilla que recibía. Pero lo realmente curioso fue la falta de tiempos de transición entre los diferentes efectos (habitualmente conocido como fundido), de modo que todos los cambios de luz se verificaban de modo abrupto. A esto hay que agregar la falta de continuidad entre los efectos de luz, los cuales pasaban de situaciones cálidas a frías o a la inversa sin fundamento narrativo alguno.

Durante el intervalo, y como ocurre en las noches de ópera, fui a pasearme por el foyer del teatro en busca de un café que me reanimara un poco. Al regresar a la sala me crucé con un buen conocido que produce un programa de radio y comentamos todo esto. No pude menos que decirle: “Se escucha muy bien, pero se ve muy mal”.

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