lunes, 30 de diciembre de 2013

El año Verdi en el Teatro Colón



El 2013 llega a su fin y en el Estudio ARS LUX no podíamos dejar de hacer referencia a uno de los mayores exponentes de la lírica: Giuseppe Verdi, de quien se cumple en este año el bicentenario de su nacimiento. En este sentido, el Teatro Colón de Buenos Aires nos ofreció en esta temporada dos óperas del compositor italiano: Otello (estrenada en 1887) y Un Ballo in Maschera (estrenada en 1859), con propuestas escénicas de diferente concepción estética.




G. Verdi por Boldini
 

En el caso de Otello, el drama shakespeariano traspuesto a la ópera por Verdi fue tomado por el cantante argentino José Cura, quien en esta oportunidad no sólo interpretó el papel principal, sino que también desarrolló los roles de regisseur, escenógrafo e iluminador. Su propuesta escenográfica basada en el respeto bastante fiel del estilo arquitectónico, echó mano del disco giratorio, es decir, del piso rotativo del escenario del Colón para poder cambiar la escenografía de un cuadro a otro a la vista del público. Así, tres sectores del disco quedaban alternadamente a la vista del público según su posición: el dormitorio de Otello y Desdémona, la playa y la sala de audiencias de Otello. En el programa de mano del Colón leemos las notas del mismo Cura: “El estilo de la puesta será el del «Teatro Épico Brechtiano»: una cortina negra rodeando todo el escenario (sin pretensión de realismo espacial), las paredes del Castillo «cortadas» dentro del disco giratorio como si un sacabocado hubiese destapado el mundo claustrofóbico de Otello. Las tres escenas (Playa, Sala, Dormitorio) son realistas en sí mismas, pero no en su relación arquitectónica: las ventanas de la Sala se abren a nivel de la Playa (improbable en un fuerte), el portón del Castillo conecta directamente la Playa con la Sala, en vez de con un patio central, y así sucesivamente.”
 
 
Bocetos para Otello
 
 
Con esta idea Cura logra mantener la continuidad de la acción exigida por el libreto. El resultado es cinematográfico, ya que el tiempo musical queda visualizado por el giro del disco, como si una cámara efectuara un travelling de un espacio a otro acompañando a los personajes que se desplazan atravesando las aberturas que conectan esos espacios. Interesante recurso que da a la puesta en escena una gran dinámica visual ya que Cura hace uso de este medio más allá de lo estrictamente indicado en la partitura verdiana, agregando cuadros, por decirlo de alguna manera, a los originales. Sin embargo, el uso de un recurso debe ser medido con prudencia, ya que en el aria de Iago del segundo acto (“Credo in un Dio crudel…”), éste permanece delante de la escena mientras el espacio gira por detrás incesantemente creando una sensación de vértigo, lo que resta atención a esta escena que, como sabemos, es una de las principales de la ópera. Aquí me permito un excursus: parece haber en los últimos años una tendencia general en la puesta de ópera a saturar nuestro sistema sensorio cuando los regisseurs incorporan visualidad a las arias más importantes de las óperas, distrayendo, en el mejor de los casos, nuestra atención, o, en el peor, alterando su sentido (me referiré a este aspecto en una nota futura). Si bien la puesta presenta gran unidad plástica, no entendemos la referencia a Brecht, ya que el extremo realismo de los diferentes espacios (realizados con el alto nivel artesanal del Colón) y que Brecht hubiera rechazado, se sobrepone a la idea de la envolvente negra y a la irreal relación entre espacios que, a pesar del regisseur, logra unidad mediante una iluminación de carácter naturalista.
 
 
 
Planta escenográfica para Otello


En el caso de Un ballo in maschera, nos encontramos frente a una producción de La Fura dels Baus (en coproducción con las óperas de Bruselas, Oslo, Sidney y el Teatro Colón de Buenos Aires). El programa de mano también aquí nos ofrece comentarios del regisseur, en esta oportunidad Alex Ollé, quien dice haber quedado interesado por las frecuentes oportunidades en las que Verdi tuvo que luchar contra la censura, especialmente durante la creación de esta ópera, para poder desarrollar su arte; a juicio del director, la ópera misma sería reflejo de la inmundicia que rodea al poder y que lo constituye. De esta apreciación surge el concepto de la puesta en escena: un espacio opresivo, con paredes de cemento que descienden o se elevan para modificar el espacio y un plafón-pasarela por la que se desplazan algunos personajes y con luz en su superficie inferior que varía su altura sobre el escenario; con este dispositivo, el espacio se amplía o se reduce con un techo que se eleva o desciende y se ilumina con mayor o menor intensidad, generalmente en blanco y, a veces, con color saturado. En este espacio se verán los personajes vestidos al uso actual (con vestuario de Lluc Castells), siempre con máscaras que denotan, a la vez, la intriga de los corruptos y el anonimato del hombre-masa. La figura del indignado (que para un Ollé de perspectiva necesariamente eurocéntrica, es una figura universal desde 2008) será el factor común de la ópera. Así, trasladada a la actualidad, la ópera nos presenta un aristócrata convertido en alto funcionario político o financiero (para Ollé, acertadamente, no hay demasiada diferencia ya que hoy poder político y económico se funden en límites imprecisos).
 
 
 
Fotografía de La Fura dels Baus
 
 
Dos preguntas me surgen. Una de carácter escenoplástico: las superficies móviles y los espacios iluminantes, celebrados por la crítica actual como aciertos de vanguardia, son ya ideas del siglo XIX (baste recordar a Edward Gordon Craig, que quería la transformación del espacio mediante paneles móviles, y a Alexandre de Salszmann que propuso la sala iluminante en reemplazo de la sala iluminada). Tal vez, hoy disponemos de la tecnología sofisticada (y de los recursos económicos) que les faltó a estos vanguardistas para expresar plenamente sus ideas; en este sentido, debemos reconocer la perfección técnica del dispositivo escénico que la Fura montó en el escenario del Colón, de alto efecto visual. Pero, lo más importante es la concepción: ¿hasta dónde podemos hacer decir lo que queremos a una obra teatral?, ¿cuántas interpretaciones de un libreto/partitura puede ensayar un director de escena? Digo esto en relación con el final, ya que Verdi nos presenta una autoridad agonizante que perdona a sus atacantes, mientras que en esta puesta de La Fura ingresan a escena unos personajes con máscaras antigas y echan sobre todos un gas que los va eliminando en simultaneidad con el descenso del techo que casi los oprime a nivel del piso. Todo arte grande expresa su tiempo y, en ocasiones, se adelanta al que le cabe en la historia. Pero también el arte hereda su pasado, y creo que Verdi tiene algo de esto en Un Ballo…: es el problema de la autoridad y el perdón en la teoría política del Barroco (invito a leer Autonomía y gracia. Sobre las óperas de Mozart, de Iván Nagel, ediciones Encuentro, 2010).

 


Fotografía de La Fura dels Baus


[+ info en: www.teatrocolon.org.ar]

No hay comentarios:

Publicar un comentario