Tumba de E.T.A. Hoffmann en Berlín
En
la entrega anterior habíamos dejado a E. T. A. Hoffmann solo en la Varsovia
napoleónica, ya que a raíz de la guerra su esposa y su hijita se habían
trasladado a Posen, rodeado de hambre y miseria, y enfermo. Al borde de la
muerte, se juró a sí mismo dedicarse a partir de entonces al arte. Debido a que
se negó a jurar lealtad a Napoleón, perdió su trabajo y se trasladó a Berlín.
Sin
embargo, la situación en la capital prusiana no resultó mejor para el músico.
Como consecuencia de la guerra, Berlín era una ciudad empobrecida con una alta
tasa de artistas desocupados y los teatros en bancarrota. Tampoco las cosas
andaban bien por Posen: su hija Cecilia había fallecido y su esposa estaba al
borde de la muerte. En suma: un annus
horribilis para Hoffmann.
La situación mejoró al año siguiente
cuando el artista recibió una oferta laboral del teatro de Bamberg y se
trasladó a esa ciudad, en la cual vivió entre 1808 y 1813. Allí compuso música,
fue director de orquesta, dramaturgo y hasta escenógrafo. También en Bamberg
conoció al médico F. A. Marcus, quien aplicaba tratamientos como el mesmerismo
o la hipnosis, y a Gotthilf Heinrich Schubert, autor de Simbología del sueño, quienes tendrían gran influencia en
la obra literaria de Hoffmann.
Pero no todo anduvo bien en Bamberg:
el teatro donde trabajaba cerró y tuvo que recurrir a la docencia musical para
poder vivir. Y volvió a enamorarse, esta vez de una de sus alumnas a la cual
inmortalizó en su diario como una mariposa. Pero esta relación no prosperó ya
que la joven se casó con su prometido además de que la esposa de Hoffmann, que
había vuelto a vivir con él, lo vigilaba de cerca. A raíz de estas desilusiones
y de la incomprensión del público local de su obra musical, Hoffmann decidió
dedicarse a partir de entonces a su verdadera vocación: la literatura.
Ante estos fracasos y en medio de una
situación económica ruinosa, surgió una luz de esperanza al final del túnel:
una compañía de ópera que actuaba en Leipzig y en Dresde le ofreció trabajo.
Por lo tanto, Hoffmann se trasladó a Dresde en abril de 1813 pero llegó en un
mal momento: las tropas rusas y prusianas ocupaban la ciudad y la lucha contra
los ejércitos napoleónicos era cosa de todos los días. Las impresiones de los
horrores bélicos que vivió en esos días las volcó en Visión del campo de batalla en Dresde y durante su estadía en esa
ciudad concibió el cuento El puchero de
oro, considerado una de sus obras maestras.
Hasta 1814 alternó su actividad
literaria con la de director de orquesta en Dresde y en Leipzig. Ante los
nuevos fracasos de sus obras musicales, regresó a Berlín y a su trabajo en la
magistratura de esa ciudad. Allí viviría hasta su muerte en 1822.
Dedicado por completo a la literatura,
fue muy bien recibido en los salones y círculos literarios berlineses y se
convirtió en un autor de moda. Sus relatos se publicaban inmediatamente en
revistas, almanaques y recopilaciones. Por un tiempo, también tuvo éxito en al
ambiente musical local: su ópera Ondina
se estrenó en 1816 y se representó catorce veces en esa temporada lírica.
Para esta época se agudizó una
enfermedad neurológica que afectaba su médula espinal y que padecía hasta ese
entonces de manera intermitente. Sufrió parálisis de sus manos, lo cual le
llevó a dictar a un asistente sus últimos escritos. Finalmente, su vida se
acabó el 25 de junio de 1822.
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