martes, 21 de junio de 2016

La ópera como antecedente de las industrias culturales (Parte IV)


La Dama del Armiño (Leonardo Da Vinci)




Este trabajo fue presentado en el XVIII CONGRESO INTERNACIONAL DE TEATRO IBEROAMERICANO Y ARGENTINO, Buenos Aires, 4 al 8 de agosto de 2009.

 

Arte de masas y arte de elite

 

El arte ha sido siempre una actividad para sectores privilegiados de la sociedad, y aún sigue siéndolo. En efecto, si antes el arte estaba sólo disponible para algunos que podían poseer objetos o asistir a eventos pagando el costo económico que ello tenía, hoy el acceso al arte está restringido no exclusivamente por los costos económicos, sino por el capital cultural que se necesita para poder relacionarse con las producciones del arte.

 

Desde el Renacimiento, con el surgimiento de los mecenas, el arte produce objetos o situaciones a las que sólo acceden quienes pueden pagar por ello, aspecto que en la Modernidad se manifiesta en la figura del comerciante burgués que puede comprar obras de arte o asistir al teatro. La rigidez del sistema simbólico que gobierna la sociedad europea de los siglos XVII y XVIII permite a cualquier individuo de las clases altas interpretar sin problemas el sentido de la obra de arte. Es decir, el problema a resolver es el consumo material ya que el consumo simbólico está predefinido. Al crearse los museos con acceso permitido al público general sin importar su condición o clase social a fines del ottocento, paulatinamente la totalidad de la sociedad pudo acceder a objetos y eventos reservados antes a grupos minoritarios de la sociedad; se masificaba así el contacto entre arte e individuos.[1] Sin embargo, pronto el arte mostraría una reacción por medio de la cual se alejaría de las masas: las vanguardias. Este nuevo contexto se caracterizó por la propuesta de diferentes lenguajes expresivos simultáneamente, los cuales cuestionaban los cánones de composición tradicionales (la Academia), obligando al público a recurrir a expertos que pudieran explicarle el contenido de las nuevas obras; nacía así el crítico de arte, encargado de traducir e interpretar para el público los novedosos universos simbólicos del arte. Así, la democratización del arte resolvió el problema del consumo material, pero, contrariamente, produjo el problema del consumo simbólico. Se ha pasado de una elite económica a una elite intelectual.




[1] Gestión del patrimonio cultural, p. 42 y ss.

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