© Mauricio Rinaldi
*Presentado en el X Congreso Panamericano de Iluminación Lux América 2010, Chile. Publicado en las Actas del Congreso, págs. 246-251. ISBN: 978-956-332-875-2.
IV.La Luz y la espacialidad
Un par de elementos que podemos relacionar dialécticamente es aquel constituido por el espacio y la luz. En efecto, no se puede concebir una espacialidad sin la presencia de la luz, así como no se puede pensar ninguna luz sin la espacialidad sobre la cual ella incide. Así, la espacialidad considerada como manifestación de una extensión es el resultado de la interacción de la luz y del espacio. En este sentido, un buen proyecto es aquel en el cual arquitecto e iluminador aportan sus ideas en un proceso de mutuo ajuste durante su desarrollo, dando unidad estético-funcional al conjunto.
Partiendo de las consideraciones anteriores sobre los tipos de espacios, observamos que podemos considerar otra oposición: luz natural y luz artificial. Respecto de la primera, es especialmente interesante la abertura como filtro, o sea, la función de ingreso de luz natural a un interior. El diseño de una ventana o de una claraboya se presenta así como el diseño de una luminaria ya que los mecanismos de obturación y tamizado de la luz apuntan a un tratamiento controlado de la luz para producir un resultado visual y/ o funcional de la espacialidad interior. Un simple cortinado es ya un elemento de control de la cantidad y, eventualmente, del modo de difusión de la luz según la trama del textil empleado, pudiendo también desarrollarse dispositivos complejos constituidos por lamas o placas con movimiento giratorio o de desplazamiento que, de ser oportuno, pueden operarse automáticamente por medios informáticos según la hora del día o las condiciones climáticas [5] (4). El uso de luz natural implica conocer un conjunto de variables. Por un lado, la orientación del edificio, ya que la luz solar tiene diferentes características cromáticas según el punto cardinal desde el que consideramos su llegada al edificio, sin importar si esta llegada es directa o indirecta por su reflejo en la atmósfera. Por otra parte, la orientación del edificio nos indicará en qué partes del mismo disponemos de luz directa o sólo indirecta, con las variantes que presente el ángulo de incidencia según las épocas del año. Por último, tendremos una cantidad de horas luz disponible variable con cada momento del año en cada latitud del planeta. En general, cualquiera sea el lugar de la Tierra que consideremos, desde el punto de vista sintáctico, la luz natural tiene el siguiente esquema de desarrollo temporal de noche a noche: 1.oscuridad, 2.baja intensidad, baja temperatura color y posición rasante, 3.alta intensidad, temperatura color alta y posición cenital, 4. baja intensidad, baja temperatura color y posición rasante, 5.oscuridad (5).
Respecto de la luz artificial, su control es mucho más preciso que el de la luz natural. Esto se consigue con el diseño de la luminaria. En este sentido, una luminaria es un dispositivo para controlar y manipular la emisión de luz de una fuente mediante elementos ópticos que pueden ser reflectores, espejos y/o lentes. La luz artificial permite el buen control y definición de variables como la posición, la intensidad, el color, la difusión y la apertura de la luz que incide sobre una espacialidad. Cada una de estas variables tiene su correlato técnico para manifestarse: la posición depende del punto de montaje de la luminaria en el cuerpo edilicio; la intensidad está dada por la potencia/flujo de la fuente y, de ser necesario por su regulación mediante dimmer; el color está definido por el tipo de blanco de la fuente o por el agregado de filtros de selección cromática; la difusión está determinada por las ópticas y/ o filtros de difusión; la apertura es también resultado de las ópticas.
En una gran cantidad de proyectos arquitectónicos intervienen tanto la luz natural como la luz artificial. En estos casos, se establece una relación dialéctica entre luz natural y luz artificial que debe ser considerada para lograr un equilibrio adecuado entre ambos tipos de iluminación. En este sentido, algunos proyectos proponen sistemas de iluminación dinámica con el fin o bien de mantener o bien de modificar las condiciones de iluminación. Si retomamos el axioma mencionado en la introducción respecto del equilibrio entre los diferentes aspectos del diseño, podemos intentar un orden de las diferentes configuraciones arquitectónicas considerando para ellas la relevancia de la luz natural y de la luz artificial, según el esquema de la figura 3.
Desde el punto de vista de la composición formal del espacio mediante la luz, podemos considerar dos modos de ser de la iluminación: un aspecto estático (lo visual en el espacio) y otro aspecto dinámico (lo temporal en el cambio). Por una parte, una morfología de la luz nos permitirá definir el espacio en términos de visualidad estática mediante los factores morfológicos de la luz, cada uno de los cuales tiene una función en la composición visual: con la posición obtenemos diferentes modos del claroscuro; con la intensidad creamos contrastes y centros de atención; con el color provocamos estados de ánimo; con la difusión ponemos en evidencia texturas; con el tamaño definimos proporción de espacio iluminado. La definición de cada factor morfológico de la luz puede efectuarse pensándolo entre oposiciones: la posición nos producirá alto o bajo contraste de claroscuro; la intensidad nos dará un espacio con mucha luz o con poca luz, además de un alto o un bajo contraste de un elemento respecto de su contexto; el color podrá ser blanco cálido o blanco frío, o con saturación cálida o saturación fría; la difusión producirá luz dura o luz blanda; el tamaño brindará luz general o luz puntual [12].
Por otra parte, una sintaxis de la luz permitirá concebir el espacio en función de sus modificaciones dinámicas a través del tiempo mediante las categorías sintácticas de la luz: la variedad establece la cantidad de estados de luz que se suceden en el tiempo; la velocidad nos indica el tiempo de transición de un estado de luz al siguiente; la permanencia nos determina la duración de un estado de luz sobre el espacio; la segmentación nos brinda secuencias de continuidad o discontinuidad visual según que los estados de luz sean similares o diferentes entre sí. Consideradas desde las oposiciones, cada categoría sintáctica de la luz puede oscilar entre: una variedad de muchos o de pocos estados de luz; una velocidad de cambios rápidos o de cambios lentos; una permanencia larga o corta; una secuencia con continuidad o discontinuidad visual [11].
La caracterización de la morfología y la sintaxis de la luz nos permitirá definir el estilo de la iluminación. En este sentido, podemos distinguir entre una iluminación de tendencia clásica (con bajos contrastes de claroscuro, de intensidad, de color, etc.), y una iluminación con tendencia barroca (con altos contrastes de claroscuro, de intensidad, de color, etc.) [10].
Por otra parte, toda percepción es el resultado del contraste. Desde el punto de vista de la iluminación expresiva, la iluminación es parte de la estética y del estilo de la arquitectura. En el caso de un espacio, lo importante es determinar las relaciones de contraste entre iluminancias contiguas que pueden establecerse en cada ámbito. Estas relaciones de contraste responden, por un lado, al confort visual, pero, por otro lado, tienen un resultado expresivo que debe estar acorde con el estilo de la espacialidad. Como referencia general, se acepta que un contraste bajo es de 1:1, un contraste normal es el de 2:1, un contraste acentuado es de 3:1 y un contraste profundo (o teatral) es de 5:1. Es decir, a mayor contraste, mayor interés visual y teatralidad en una espacialidad. El contraste permite diferenciar zonas del espacio tanto con un fin expresivo (p. e., acentuar elementos como cuadros o esculturas) como con una finalidad práctica (p. e., indicar una puerta de salida en un amplio hall). En los diseños de iluminación elaborados es habitual crear diferentes estados de iluminación, de modo que la iluminación dinámica se adapta a diferentes necesidades de uso. Esto implica el empleo de sistemas de control y programación de escenas lumínicas cuya sintaxis debe responder a la funcionalidad de la espacialidad considerada. Sin embargo, el contraste no se debe sólo a la diferencia de iluminancias, sino que el contraste puede establecerse también mediante diferencias de color. En efecto, el concepto de contraste implica la diferencia de grado entre dos o más manifestaciones simultáneas de una variable. Así, por ejemplo, podemos decir si una iluminancia es alta o baja en función de otra adyacente; o podemos determinar si una luz es cálida o fría en función de otra luz vecina. Es decir, el contraste implica comparación.
(3) No consideramos aquí el hecho de que las aberturas también se diseñan en función de la ventilación de los interiores.
(4) Durante los últimos años se observa una fuerte tendencia a la incorporación y tratamiento de la luz natural en la arquitectura como medio de desarrollar proyectos que economicen energía dentro de las estrategias de sustentabilidad.
(5) Este esquema no se verifica tal como se lo expresa aquí en las zonas cercanas a los polos terrestres.
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